July 30, 2020
Source: Bigstock
The most beautiful places in the world experienced a wild transformation from traveler to tourist (then from tourist to hooligan). For better or worse, the economy was revolutionized as much as society, customs were globalized, and the barbarians of the north learned the benefits of olive oil while the luminous Mediterranean never got used to peanut butter.
The fashion may have started with the Grand Tour, when certain eccentric Englishmen decided to escape from puritanical England to Italy. They were the outsiders in search of pleasure and adventure, who found a more relaxed Catholic morality with their favorite peccadilloes. It was a time that could go from William Beckford to Somerset Maugham, more in the elite group of sensual travelers than the economic group of sex tourists.
In the middle of the last century came the tour operator, all-inclusive mammoth hotels, massive detention-center-like cruises, chartered planes for groups going on a week’s holiday, an escape valve from slave labor. Paradises were exploited and the natives prostituted their customs to service the economic demand. The barbarians had bet better on the Industrial Revolution (those dark satanic mills of William Blake), and the new invasion was permitted in exchange for money.
But this year tourism has gone down the drain, as in Kavafis’ poem, and many countries dependent on tourism yearn for the barbarians, who may be a solution after all.
Especially in Spain. Boris Johnson’s decision to quarantine every Englishman who has spent a few days on the Spanish coast is a blow to the Iberian economy. Perhaps this is because the resurrected Boris admits to being concerned about his obesity and fears that olive oil, paella, and sangria will make his compatriots lose their way. The virus is more dangerous for fat people and threatens to put the world on a diet. Perhaps this will bring back the aesthetic canon of the Venus of Praxiteles before that of Willendorf, as the obesity epidemic is also a pandemic.
Many British people living in Spain do not agree with the prime minister’s health measures. Nor are they willing to trade Marbella or the Balearic Islands for the monkeys of that last European colony called Gibraltar. They are happy with the Iberian way of life even though they don’t speak a word of Spanish. And there are many mixed marriages, so the Anglo-Saxon tribe is finally being properly Romanized.
It’s a romance that comes from afar. When Robert Graves announced his decision to stay in Mallorca, the chubby Gertrude Stein asked him with a typical Semitic guilt complex: “But, my dear Robert, will you be able to endure paradise?” Paradise is divinely endured when one has a certain hedonistic culture, and Graves spent the rest of his life enchanted by the white goddess of Deià.
Despite economic ruin, many natives are feeling lucky and have applied the classic Carpe Diem. They can enjoy their summer paradise without having to share it with hordes of tourists the color of lobster thermidor. There are no pub crawls where hooligans enjoy themselves in a way they would never dare in their beloved England. The classic Rioja drunkenness is back instead of Tampvodka (believe it or not, it consists of soaking a Tampax in vodka and then using it at your convenience: The result is an instant high and a very effective undercarriage wash). They start thinking about quality rather than quantity, which is a sign of refinement.
It will be in the autumn, when the economy is dry again, that many will remember Kavafis thinking that the barbarians could be a solution after all.
(The article in its original Spanish immediately follows.)
Viajeros y Barbaros
Los lugares más hermosos del mundo vivieron una transformación salvaje al pasar del viajero al turista (luego se pasó del turista al hooligan). Para bien y para mal se revolucionó la economía tanto como la sociedad, se globalizaron costumbres y los bárbaros del norte aprendieron las bondades del aceite de oliva mientras que el luminoso Mediterráneo jamás se acostumbró a la mantequilla de cacahuete.
La moda posiblemente se inició con el Grand Tour, cuando algunos excéntricos ingleses decidieron escapar de la puritana Inglaterra rumbo a Italia. Eran los outsiders en busca de placer y aventura, que encontraban una moral católica más relajada con sus pecadillos favoritos. Era una época que podría ir de William Beckford a Somerset Maugham, más en el grupo elitista de viajeros sensuales antes que el económico de turistas sexuales.
Y a mediados del siglo pasado comenzó el tour-operador, hoteles mastodónticos todo incluido, multitudinarios cruceros-prisión, aviones fletados para grupos que marchaban una semana de vacaciones, una válvula de escape de la esclavitud laboral. Los paraísos se masificaron y los nativos prostituyeron sus costumbres por exigencias de la economía. Los bárbaros habían apostado mejor por la revolución industrial (esos dark satanic mills de William Blake) y su invasión fue permitida a cambio de dinero.
Pero este año el turismo se ha ido a pique y, como en el poema de Kavafis, muchos países dependientes del turismo añoran a los bárbaros, que podían ser una solución después de todo.
Especialmente en España. La decisión de Boris Johnson de meter en cuarentena a todo inglés que haya pasado unos días por la costa española, supone un mazazo a la economía ibérica. Tal vez se deba a que el resucitado Boris reconoce estar preocupado con su obesidad y teme que el aceite de oliva, la paella y la sangría hagan perder la línea a sus compatriotas. El virus es más peligroso para los gordos y amenaza con poner el mundo a dieta: tal vez así regrese el canon estético de la Venus de Praxíteles antes que la de Willendorf, pues la epidemia de obesidad es también pandémica.
Muchos británicos que residen en España no están de acuerdo con las medidas sanitarias del primer ministro. Y tampoco están dispuestos a cambiar Marbella o Baleares por los monos de esa última colonia europea llamada Gibraltar. Están felices con el modo de vida ibérico aunque no hablen ni jota de español. Y se dan muchos matrimonios mixtos, con lo cual la tribu anglosajona por fin se romaniza debidamente.
Es un romance que viene de lejos. Cuando Robert Graves anunció su decisión de quedarse a vivir en Mallorca, la oronda Gertrude Stein le preguntó con típico complejo de culpa semita: “Pero, mi querido Robert, ¿serás capaz de aguantar el paraíso?” El paraíso se aguanta divinamente cuando se tiene cierta cultura hedonista, y Graves pasó el resto de su vida encantado con la diosa blanca de Deiá.
A pesar de la ruina económica, muchos nativos están de enhorabuena y deciden aplicar el clásico Carpe Diem. Pueden gozar de su paraíso en verano sin necesidad de compartirlo con hordas turísticas color langosta termidor. No hay pubs crawl donde los hooligans disfrutan de un modo como nunca se atreverían en su querida Inglaterra. Regresa la clásica embriaguez con Rioja antes que Tampvodka (aunque no lo creáis, consiste en empapar un tampax en vodka y luego emplearlo a conveniencia: el resultado es una cogorza instantánea y un lavado de bajos de lo más efectivo). Se empieza a pensar antes en la calidad que en la cantidad, lo cual es síntoma de refinamiento.
Será en otoño, cuando la seca economía apriete, el tiempo en que muchos recordarán a Kavafis diciendo que los bárbaros podían ser, después de todo, una solución.