June 18, 2020
Source: Wilhelm Marstrand
In today’s world, Vladimir Nabokov would abandon a literary safari to devote himself exclusively to hunting butterflies.
I feel a bit like a Lolita nymph with a similar boutade, but in my defense I allege that it has a certain foundation: Single-minded fanatics (neo-Marxists, neo-Puritans, neo-teetotalers) intend to murder artistic freedom and dictate a new index of prohibited works.
The latest case to enter this particular Index Prohibitorum has been the film Gone With the Wind, based on the wonderful novel by Margaret Mitchell. The neo-inquisitors denounce the racism of the delicious and frivolous Scarlett O’Hara, the elegant cynicism of Rhett Butler, Mammy’s loyalty and classy servitude. They do so in the name of a very decadent progressivism and camouflage themselves under the dull banner of political correctness, the new dogma and lifeline for those who have no wit.
Of course, their perverse goal goes beyond absurd racist controversy. They seek the same as so many fanatics throughout History in different places: to mold the human mind and to annul all free spirits. Genius, spontaneity, a sense of humor, the blessed difference (“Diversità delle creature, sirena del mondo!” sung by dandy Gabriele d’Annunzio), irony, freedom—the joy of life, in short, is the great enemy of all totalitarianism that seeks to dictate the lives of others.
Does such an attempt to idiotize the world really surprise us? Only a few years ago they charged Mark Twain and banned Huckleberry Finn in some schools in the United States. In Spain, a socialist minister—surely she never read Lolita—went so far as to say that Gabriel García Márquez encouraged pedophilia in his novel Memories of My Melancholy Whores. Another went on to say, with idiotic reasoning and the false argument that it brings civilizations closer together, that Cervantes was invited by his Arab friends to Algiers. (Cervantes had participated in the battle of Lepanto, where he lost an arm, and was then a prisoner and slave for five years in the Baños de Argel. After many escape attempts, he was exchanged and was able to return to Spain and write Don Quixote. He probably made some Moorish friends during his long captivity, but he certainly was not in Algiers of his own free will.) In France, the anti-tobacco Taliban replaced Jacques Tati’s iconic pipe with a lollipop. In England, the adventures of Tintin in the Congo were banned because of racism. I don’t know what happened to the adventures of Tarzan and the Apes…
This New PC Index reminds me of the Index Librorum Prohibitorum that the Inquisition established in 1559, in the midst of the Counter-Reformation, under the pretext: “It is not convenient for certain things to be accessible in vulgar language.” There were so many good books that were banned that many writers secretly aspired to be on the Index. As time went by, the Index began losing influence, as if it was just a venial peccadillo. The Index was suppressed by Pope Paul VI in 1966. But the forbidden books (of several authors like Boccaccio, Giordano Bruno, Copernicus, Montaigne, Voltaire, Dumas, Balzac, Goethe, Byron, Sade…) could always be read with much more ease than those of Ayn Rand, Orwell, or Huxley in the countries of communist orbit.
And now (in the 21st century!), we have a new index of what is good or bad according to PC. Its creed consists in offending no one’s sensibilities; it aspires to create a new morality, and that is why it appeals to the lowest common denominator.
It seems to me that such an index has very thin skin compared with criticism, but it absolutely lacks artistic sensitivity. But art is not their mission; theirs is to reeducate society so that people cannot reason clearly and freely by themselves, so that they are sheep of a single bleat, without personal criteria.
In the new politically correct index, art must have a social message and literature must be propaganda. What a bore!
Dear Lolita, be a good girl and bring me the butterfly net.
(The article in its original Spanish immediately follows.)
El Nuevo Indice PC
En el mundo de hoy, Vladimir Nabokov abandonaría el safari literario para dedicarse exclusivamente a cazar mariposas.
Me siento un poco cual nínfula Lolita con semejante boutade, pero en mi defensa alego que tiene cierto fundamento: Los fanáticos de pensamiento único (neo-marxistas, neo-puritanos, neo-abstemios) pretenden asesinar la libertad artística y dictar un nuevo índice de obras prohibidas.
El último caso en ingresar en su particular Index Prohibitorum ha sido la película Lo que el viento se llevó, basada en la estupenda novela de Margaret Mitchell. Los neo-inquisidores denuncian el racismo de la deliciosa y frívola Escarlata O´ Hara, el elegante cinismo de Rhett Butler, la lealtad y clasista servidumbre de Mammy. Lo hacen en nombre de un progreso muy decadente y se camuflan bajo la aburridísima bandera de la corrección política, el nuevo dogma y tabla de salvación para aquellos que no tienen ingenio.
Por supuesto, su perverso objetivo va más allá de la absurda polémica racista. Buscan lo mismo que tantos fanáticos a lo largo de la historia en diferentes lugares: moldear la mente humana y anular todo espíritu libre. El genio, la espontaneidad, el sentido del humor, la bendita diferencia (“Diversità, sirena del mondo”, que cantaba el dandy Gabriele d’Annunzio), la ironía, la libertad, el gozo de la vida, en suma, es el gran enemigo de todo totalitarismo que pretende dictar la vida de los otros.
¿Realmente nos sorprende tal intento de idiotizar del mundo? Hace pocos años ya cargaron contra Mark Twain y prohibieron la lectura de Huckleberry Finn en algunas escuelas de Estados Unidos. En España una ministra socialista—seguro que nunca leyó Lolita— llegó a decir que Gabriel García Márquez incitaba a la pederastia en su novela Memorias de mis putas tristes. Otra (¿o fue la misma lumbrera?) llegó a decir, por eso de acercar civilizaciones, que Cervantes fue invitado por sus amigos árabes en los Baños de Argel. (Cervantes había participado en la batalla de Lepanto, donde perdió un brazo, y luego fue preso y esclavo durante cinco años en los Baños de Argel. Tras muchos intentos de fuga, fue canjeado y pudo regresar a España y escribir Don Quijote. No digo que no hiciera amigos moros durante su largo cautiverio, pero desde luego no estuvo en Argel por propia voluntad.) En Francia, los talibán anti-tabaco sustituyeron la icónica pipa de Jacques Tati por un chupachups. En Inglaterra se prohibieron las aventuras de Tintín en el Congo. No sé qué habrá pasado con las aventuras de Tarzán de los Monos…
Este nuevo índice progre PC me recuerda al Index Librorum Prohibitorum que estableció la Inquisición en 1559, en plena Contrarreforma, bajo el pretexto: “No es conveniente que ciertas cosas sean accesibles en lengua vulgar”. Hubo tantos libros buenos que fueron prohibidos, que muchos escritores aspiraban secretamente a estar en el índice. A medida que avanzaban los tiempos se le hacía menos caso, como si fuera un pecadillo venial. El Índice fue suprimido por el Papa Pablo VI en 1966. Pero sus libros prohibidos (por autores como Bocaccio, Giordano Bruno, Copérnico, Montaigne, Voltaire, Dumas, Balzac, Goethe, Byron, Sade…) siempre pudieron leerse con bastante más facilidad que los de Ayn Rand, Orwell o Huxley en los países de órbita comunista.
Y ahora, en pleno siglo XXI, nos sale un nuevo índice de lo políticamente correcto. Tiene como credo no herir sensibilidades, aspira a crear una nueva moral y por eso maneja el listón del más bajo denominador común. A mí me parece que tal índice tiene la piel muy fina respecto a las críticas, pero carece absolutamente de sensibilidad artística. Pero el arte no es su misión, lo suyo es reeducar a la sociedad para que no razone clara y libremente por sí misma, para que sean más borregos de balido único, sin criterio personal.
En el nuevo índice políticamente correcto el arte debe tener un mensaje social y la literatura debe ser propaganda. ¡Qué aburrimiento!
Querida Lolita, sé buena y acércame el cazamariposas.