December 02, 2019

Source: Bigstock

(The article in its original Spanish immediately follows.)

Meteorites are sugar bombs. An investigation by an international team led by Yoshihiro Furukawa, from Tohoku University, shows that inside they contain a series of sugars that may have contributed to the origin of life on Earth. Ex forti dulcedo.

With such sugar bombs, which function as space sperm, atheist diabetes must be through the clouds. “What is nothing?” asked an existentialist jerk once to a Parisian dandy. “You are nothing, my lord!” replied the elegant man, who then did not have a meteorite at hand to defend himself against atheistic hysteria.

The theory of panspermia returns, spread by rigorous scientists, ancient magicians from the East, hippies eager to embark on a flying saucer…and a standard series of dogmatic gurus from a macrobiotic sect.

According to panspermia, life on our planet was formed by the intervention of extraterrestrial forces. There are celestial bodies that travel between galaxies, fertilizing maternal planets with the joyful whinny of a cosmic stallion. Anaxagoras 2,500 years ago—there is always a bright Greek available for every theory—affirmed that the spirit is the source of all movement and that life comes from seeds fallen from the sky.

And the spirit blows where it wants. Jason Dworkin (NASA) is coauthor of the study and marvels that a molecule as fragile as ribose can be detected in such an old material.

“Since there is more rum in the Milky Way than milk, I can understand space tourists better.”

The discovery of sugar traveling in meteorites is mixed—like a divine cocktail—with that of the German astrobiologists of the Max Planck Institute: “The center of the Milky Way tastes like raspberry flavored with rum.”

¡Olé! Now we have the galactic daiquiri!

If they had said that the stars taste like frankfurter sausage and schnapps, I would have started singing “Lili Marlene.” But raspberry and rum are something magical, mestizo, and worthy of the constellations that show the Camino de Santiago to the pilgrims.

It seems that scientists were looking for amino acids that would determine the evolutionary possibilities of life on other planets. And they found formic acid, which is lucky to have the taste of raspberry and rum in the sidereal skies.

Now I can observe space travel with more sympathy. I used to criticize tourists who pay millions to feel like astronauts (mathematical conversation, menu of vitamin pills, fragrant canned air)—but since there is more rum in the Milky Way than milk, I can understand them better. They just need to allow smoking.

By the way, Errol Flynn considered sugar the greatest danger for an elite drinker. His daiquiri ritual, on the deck of the schooner Zaca, was just rum and lime. The portentous Hemingway could drink twelve daiquiris in a row at the Floridita bar, but then he invented the Papa Doble, with rum, grapefruit, maraschino…and no sugar. Instead the galaxy prefers it with raspberry and some sweet rocks. It is clear that rum is the only thing that does not change.

This drink, like faith, is a very personal universe.

El Daiquiri Galáctico

Los meteoritos son bombas de azúcar. La investigación de un equipo internacional dirigido por Yoshihiro Furukawa, de la universidad de Tohoku, demuestra que en su interior guardan una serie de azúcares que pudieron contribuir al origen de la vida en la Tierra. Ex forti dulcedo.

Con tales bombas de azúcar, que funcionan como espermatozoides espaciales, la diabetes atea debe estar por las nubes. “¿Qué es la nada?”, preguntó una vez un pelmazo existencialista a un dandy parisino. “¡La nada es usted, señor mío!”, respondió el elegante, que entonces no tenía un meteorito a mano para defenderse de la histeria atea.

Regresa con fuerza la teoría de la Panspermia, difundida por rigurosos científicos, antiguos magos de oriente, hippies deseosos de embarcar en un platillo volante…y una serie estándar de dogmáticos gurús de secta macrobiótica.

Según la Panspermia, la vida en nuestro planeta se formó por la intervención de fuerzas extraterrestres. Hay cuerpos celestes que viajan entre galaxias, fecundando maternales planetas con el relincho gozoso de un semental cósmico. Ya hace 2500 años Anaxágoras—siempre hay disponible un luminoso griego para toda teoría—afirmaba que el espíritu es la fuente de todo movimiento y que la vida procede de semillas caídas del cielo.

Y el espíritu sopla donde quiere. Jason Dworkin (NASA) es coautor del estudio y se maravilla de que pueda detectarse una molécula tan frágil como la ribosa en un material tan antiguo.

El descubrimiento del azúcar viajando en meteoritos se mezcla—como un cocktail divino—con ese otro de los astrobiólogos alemanes del Instituto Max Planck: “El centro de la Vía Láctea sabe a frambuesa aromatizada con ron”.

¡Olé! ¡Ya tenemos el Daiquiri galáctico!

Si hubieran dicho que las estrellas saben a salchicha de Frankfurt y schnapps, yo me hubiera puesto a cantar Lili Marlene. Pero lo de la frambuesa y el ron me parece algo mágico, mestizo y digno de las constelaciones que muestran el Camino de Santiago a los peregrinos.

Parece ser que los científicos estaban buscando unos aminoácidos que determinarían las posibilidades evolutivas de la vida en otros planetas. Y se encontraron con el ácido fórmico, el cual tiene la suerte de tener el gusto de la frambuesa y el ron en los cielos siderales.

Ahora puedo observar los viajes espaciales con más simpatía. Antes criticaba a los turistas que pagan millones para sentirse astronautas (conversación matemática, menú de pastillas vitamínicas, fragante aire en conserva)—pero, visto que en la Vía Lactea hay más ron que leche, ya puedo comprenderles mejor. Solo falta que permitan fumar.

Por cierto que Errol Flynn consideraba al azúcar como el mayor peligro para un bebedor de élite. Su ritual del Daiquiri, en la cubierta de la goleta Zaca, era solo ron y lima. El portentoso Hemingway podía tomar doce daiquiris seguidos en la barra del Floridita, pero luego inventó el Papa Doble, con ron, pomelo, marrasquino…y nada de azúcar. En cambio la galaxia lo prefiere con frambuesa y unas dulces rocas. Queda claro que el ron es lo único que no cambia.

Esto del trago, como la fe, es un universo muy personal.

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