December 19, 2019
Source: Bigstock
(The article in its original Spanish immediately follows.)
Madrid recovers, copa a copa, after weeks of the Climate Summit. I’ve never seen her so thirsty! The catastrophic mood of the announced earthly apocalypse is diluted like sugar in the punch of Christmas joy. Ladies wear fur coats again, gourmets prefer rib eye to tofu, drivers dream of accelerating a Ferrari rather than an electric car…and even coconut water mixes with vodka and Angostura in some bars that boast of ecological sustainability.
“The whole world is about three drinks behind,” said Humphrey Bogart. But Madrid recovers its alcoholic handicap during these Christmas days, which spread joie de vivre after the apocalyptic hangover. Drunkenness is widespread in this merry city where nobody is treated like a stranger. And finally there is something else to talk about besides the Viking braids of Greta Thunberg.
I seem to see a general skepticism about getting around climate change. “If we are going to go down, at least let’s go down singing,” an activist confessed to me, as she was preparing churros with chocolate. A big fan of the new dogma, this activist suffered a depression caused by the Cassandra-like scientific prophecies, the absence of global commitment, and the hollow political words. But the sweet activist, like Voltaire, has decided to remain cheerful because it is better for her health. Now she even adds rum to the chocolate.
Was that why the leaders of the major emitting powers of CO2 did not come to Madrid? Tsar Putin already said that climate change would allow him to walk through Red Square without a beaver hat. Caesar Trump will not believe such tales until Melania is able to surf a tsunami in Mar-a-Lago. I do not know if Emperor Xi Jinping consults the I Ching in the Nature Revolution (the organic pattern singled out by Joseph Needham), or if Maharaja Modi thinks that there is no remedy for anything (Kali Yuga time), and the world is soon to dissolve itself in a Vishnu dream…
But hysteria aside, there is a growing pressure against suicide by pollution (William Blake’s dark Satanic Mills). We are nature, so we must take better care of the world we live in. And fierce criticism extends to disgusting plastic, enemy of all sensibility and good taste.
In my not very humble opinion, if bars banish plastic tables, chairs, and cups, we will have made enormous progress in the dipsomaniac universe. Nanotechnology has not yet transformed us into submissive robots, so we can rebel.
We would immediately notice the changes. What do you prefer, sticky chairs or noble wooden ones? Plastic glasses in which no cocktail can taste good, or well-cut crystal? Sweet cotton or disgusting polyester? (It is revealing to note that plastic dolls are successful in some Japanese brothels, but they are rejected in the rest of the whorehouses on the blue planet.)
It is a matter of sensuality and the art of living. But the cyber-generation, in vulgar decline, sacrifices the elegant for the utilitarian. And it’s not the economy, stupid, it’s good breeding!
So in Madrid I take shelter in the bars of a lifetime, those that have resisted the plastic invasion. And I let myself be carried away by this joyous time that brings miracles.
Merry Christmas!
La Resaca Climatica
Madrid se recupera, copa a copa, tras semanas de Cumbre Climática. ¡Nunca la vi con tanta sed! La atmósfera catastrofista del anunciado apocalipsis terráqueo, se diluye como un azucarillo en el ponche de alegría navideña. Las señoras vuelven a lucir abrigos de pieles, los gourmet prefieren chuletón antes que tofu, los conductores sueñan acelerar un Ferrari antes que un coche eléctrico…y, hasta el agua de coco, se mezcla con vodka y angostura en algunos bares que presumen de sostenibilidad ecológica.
“El mundo lleva un par de tragos de retraso,” opinaba Humphrey Bogart. Pero Madrid recupera su hándicap alcohólico en estas fechas navideñas, que contagian alegría de vivir tras la resaca apocalíptica. Hay una borrachera general en las calles de una capital golfa en la que nadie se siente extranjero. Y por fin hay tema de conversación más allá de las trenzas vikingas de Greta Thunberg.
Compruebo un aumento de escépticos ante la posibilidad de burlar el cambio climático. “Si nos vamos a pique, al menos que sea cantando,” me confiesa una activista, que ha colaborado en la Cumbre preparando churros con chocolate. Como buena fanática del nuevo dogma, sufrió una depresión con las profecías de las Casandras científicas, ausencia de compromiso global y huecas palabras políticas. Pero la golosa activista ha decidido—al modo del cínico Voltaire—, mantenerse alegre porque es mejor para su salud. Ahora añade ron al chocolate.
¿Fue por eso que los mandatarios de las mayores potencias emisoras de CO2 no vinieron a Madrid? El zar Putin ya dijo que el cambio climático le permitiría pasear por la Plaza Roja sin gorro de castor. El césar Trump no creerá tales cuentos mientras Melania no surfee un tsunami en su casa de Mar-a-Lago. Ignoro si el emperador Xi Jinping consulta el Tao Te King en la revolución de la naturaleza orgánica (esa organic pattern que destacó Joseph Needham), o si el maharajá Modi piensa que nada tiene remedio, porque estamos en la época del Kali Yuga y al mundo le queda poco antes de disolverse en el sueño de Vishnú…
Pero histerias aparte, crece una justa presión contra la contaminación suicida que amenaza el bienestar humano (dark satanic mills, William Blake dixit) Somos naturaleza, así que tenemos que mimar mejor al mundo en que vivimos. Y se extiende una crítica feroz al asqueroso plástico, enemigo de toda sensibilidad y buen gusto.
En mi nada humilde opinión: si los bares destierran las mesas, sillas y vasos de plástico, mucho habremos avanzado en el universo dipsómano. El plástico es uno de los peores inventos de un progreso decadente; pero la nanotecnología todavía no nos ha transformado en sumisos robots y podemos rebelarnos.
Enseguida notaríamos los cambios. ¿Qué preferís, sillas pegajosas o la noble madera? ¿Vasos en los que ningún cocktail puede saber bien o el frío cristal de una copa bien tallada? ¿El dulce algodón o el repugnante polyester? (Es revelador comprobar que las muñecas de plástico tienen éxito en algunos burdeles nipones, pero son rechazadas en el resto de puticlubs del planeta azul).
Es una cuestión de sensualidad y arte de vivir. Pero la generación cibernética, en vulgar decadencia, sacrifica lo elegante por lo utilitario. Y, ¡no es la economía, estúpido, es la educación!
Así que en Madrid me refugio en los buenos bares de toda la vida, esos que se han resistido a la plástica invasión. Y me dejo contagiar por la alegría de un tiempo gozoso que favorece los milagros.
¡Feliz Navidad!