June 25, 2020
Source: Bigstock
It was very predictable that after months of house arrest and a 24/7 fear campaign, any spark would cause a fire that would be difficult to put out.
The new barbarians are encouraged by social pyromaniacs, experts in manipulating the rebellion of the masses with a mentally retarded message. It is the perfect storm, for the long confinement has made the world even more insane. Anger, stupidity, and victimhood mix a perfect Molotov cocktail for explosive use by preachers of global chaos.
What is their ideology? Their ideas are confused with irrational rage, and there is always an asshole willing to pay for a link to Lenin. They say they are fighting for equality and progress, but their greatest enemy is freedom and a luminous culture, which they want to destroy. It is therefore a war against personal excellence and diversity of choice; the supposed progress they dream of is something very decadent.
I remember a dinner in Ibiza with the French academic Florence Delay, an immortal literate, green-eyed actress, and good whiskey drinker. She told me that her generation had hope in TV as a propagator of culture and education that would make the longing for the Age of Enlightenment a reality. They were soon disappointed. Vulgarity reigned on the screen and globalized the world with the lowest common denominator. The programs were dependent on the audiences, and it was decided that panem et circenses had to be given, to hypnotize an audience allergic to any intellectual rarity. This happens with both private and public channels, but the latter case is even more scandalous because of the perverse misuse of taxes. The brutalization of the citizen is therefore subsidized.
In too many schools and even universities the same vulgarization has happened. The bar has been lowered just as much as the criticism of elitist thinking has grown, which is accused of being selfish and unsupportive for not descending to the level of the plebs. The standard personality and the flat spirit of the slave who is incapable of making poetry are encouraged, fostering a unique thought where no brilliant surprises are to be had. Artificial intelligence grows as much as natural intelligence is diminished.
More books are available on the internet than in the library of Alexandria, within the reach of anyone who wants to learn. But it is no longer necessary to set fire to wisdom. In the age of the slogan, it is enough to fool around, to castrate thought. And single-book sects proliferate, where slaves do not even sell their souls, they simply give them to the guru for free.
The same society is filled with zombies and robotic people at an electronic pace. The sacred joy of spontaneity fades away. Courtesy has become a rarity, which is extremely dangerous for coexistence. Everyone puts on a uniform and becomes an automaton, incapable of using common sense when necessary. “There are no exceptions,” says the lazy coward on duty as he wields a law or ordinance that excuses him from all moral doubt.
But that is a lie, because exceptions are for the exceptional. It’s a question of personality.
Tribes, social classes, nationalities? Bah, those are labels for sociologists who only know how to generalize. The person, the individual, is much bigger than the club where they want to lock him up. One travels around the world and recognizes one’s peers among dangers and pleasures. Sometimes a single glance is enough.
Among the scientific community there is a great consensus in favor of the theory of evolution of the species, and it is believed that man is descended from the monkey. I am beginning to believe that it is the monkey that is descended from man.
(The article in its original Spanish immediately follows.)
Del Hombre al Mono
Era muy previsible que, tras meses de arresto domiciliario y propaganda del miedo 24 horas al día, cualquier chispa provocase un incendio difícil de apagar.
Los nuevos bárbaros se manifiestan alentados por pirómanos sociales, expertos en manipular la rebelión de las masas con un mensaje mentalmente retrasado. Es la tormenta perfecta, pues el largo confinamiento ha vuelto al mundo más majareta todavía. La ira, la estupidez y el victimismo forman un perfecto cocktail molotov para uso explosivo de los predicadores del caos global.
¿Qué ideología tienen? Sus ideas se confunden con la rabia irracional y siempre hay un imbécil dispuesto a pagar un tren a Lenin. Dicen luchar por la igualdad y el progreso, pero su mayor enemigo es la luminosa cultura, a la que quieren cortar la libre cabeza. Por tanto es una guerra contra la excelencia personal y la diversidad de gustos; y el supuesto progreso que sueñan, algo muy decadente.
Recuerdo una cena en Ibiza con la académica francesa Florence Delay, inmortal literata y actriz de ojos verdes, buena bebedora de whisky. Me contó que su generación tenía esperanza en la televisión como un propagador de cultura y educación que haría realidad el anhelo del Siglo de las Luces. Pronto les decepcionó. La vulgaridad reinaba en la pantalla y globalizaba el mundo con el listón del más bajo denominador común. Los programas eran esclavos de las audiencias y se decidió que había que dar panes et circenses, para hipnotizar a una audiencia alérgica a cualquier rareza intelectual. Eso pasa tanto con canales privados como públicos, pero este último caso es aún más escandaloso por el mal uso de los impuestos. El embrutecimiento del ciudadano está subvencionado.
En demasiados colegios y hasta universidades ha pasado lo mismo. El listón de exigencia ha disminuido tanto como aumenta la crítica al pensamiento elitista, al que se acusa de egoísta e insolidario por no descender al nivel de la plebe. Se alienta la personalidad estándar y el espíritu plano del esclavo incapaz de hacer poesía, fomentando un pensamiento único donde no broten sorpresas geniales. La inteligencia artificial crece tanto como quieren disminuir la natural.
En internet se encuentran más libros que en la biblioteca de Alejandría, al alcance de quien quiera aprender. Pero ya no es necesario prender fuego a la sabiduría. En la época del slogan basta entontecer, castrar el pensamiento. Y proliferan las sectas de libro único donde los esclavos ni siquiera venden su alma, simplemente la ceden gratuitamente al gurú de turno.
La misma sociedad se llena de zombies y gente robotizada a ritmo electrónico. El sagrado gozo de la espontaneidad se difumina. La cortesía se ha vuelto una rareza, lo cual es peligrosísimo para la convivencia. Cualquiera se pone un uniforme y se transforma en un autómata, incapaz de emplear el sentido común cuando es necesario. “No hay excepciones,” dice el vago cobarde de turno mientras esgrime una ley u ordenanza que le excusa de toda duda moral.
Pero eso es mentira, porque las excepciones son para los excepcionales. Cuestión de personalidad.
¿Tribus, clases sociales, nacionalidades? Bah, eso son etiquetas para sociólogos que solo saben generalizar. La persona, el individuo, es mucho mayor que el club donde quieren encerrarlo. Uno viaja por el mundo y reconoce a sus iguales entre peligros y placeres. A veces basta una sola mirada.
Entre la comunidad científica hay un gran consenso a favor de la teoría de la evolución de las especies y se cree que el hombre desciende del mono. Yo empiezo a creer que es el mono quien desciende del hombre.