September 17, 2020

Source: Bigstock

Today I woke up feeling more enthusiastic than I usually do; I have rumba dancing in my veins and I feel myself moving diferently. I had a planter’s punch for breakfast before a Bloody Mary. I have come to learn that I am not white! That is at least what The New York Times is suggesting, regarding the natives of Spain and Portugal as nonwhite.

Although I have no idea what color they are referring to, I know that there are great genetic differences between the northern barbarian consumers of butter and the Mediterranean hedonists who believe in olive oil as an elixir; also between the great drinkers of beer or wine; and, of course, between tobacco smokers and those who prefer hashish. Those habits, throughout generations, must favor a different pigmentation, and the NYT has no idea how to catalog us, which causes me as much laughter as it does a certain vanity.

Surely Spain and Portugal have a culture and history that make us very different from the vulgar Caucasian of Northern Europe. On the Iberian Peninsula, there has been a fabulous and millenary cocktail between Iberians, Celts, Phoenicians, Greeks, Romans, Carthaginians, Goths, Jews, Moors, and Christians. And then we discovered and conquered (being seduced in turn) the New World, which is called America because of one of those historical injustices so well taken advantage of by those kings of marketing who are the Italians, whose skin color also varies as much as their cuisine from Turin to Palermo (I don’t know how they are catalogued by the NYT).

And in America, the Portuguese and the Spanish mix together beautifully. In the beginning we had the Creoles (for example Simon Bolivar or la belle Josephine Bonaparte), who were descendants of Europeans born in America (among so much beauty and sensuality they struggled to maintain racial purity over multiple generations). The mestizo was descended from white and Indian. The mulatto (a term derived from “mule”), from black and white. The zambo, of Indian and black. The tercerón, of mulatto and white. The cuarterón, of tercerón and white. The mixture between tercerón and mulatto took the category of “tentenelaire.” And the love of cuarterón and black produced the “saltapatrás.”

As an old and entertaining bookseller (he was a mixture of a thousand bloods) told me in Havana’s Plaza de Armas: “The best thing the Spanish ever did was the mulattoes!” I fully agree, compay. I love cocktails too.

“The U.S. press makes a tremendous mess of racial complexity.”

At the same time, the U.S. press makes a tremendous mess of racial complexity. Just a few months ago, Antonio Banderas was described as an actor of color nominated for an Oscar. The joke in Spain was sensational. We are all colored! With the new canon today he would be described as “a nonwhite actor.” This may just be the nonsense of the very stupid politically correct, and the mania of labelers without historical knowledge.

But nowadays the NYT, whose editors must be translucent, reduces our chromatic scale to such an absurd generalization that it no longer means anything: We are of a color according to our Hispanic culture where anything but white is accepted.

Maybe they think Africa begins in the Pyrenees.

(The article in its original Spanish immediately follows.)

El Color Hispánico

Hoy me he despertado más rumboso, me muevo de otra manera, he desayunado un planter’s punch antes que un Bloody Mary: ¡He descubierto que no soy blanco! Eso es al menos lo que defiende el New York Times, que parece considerar a los nativos de España y Portugal como no pertenecientes a la raza blanca.

Por lo visto somos de un color no blanco. Aunque no tengo ni idea de a qué color se refieren, sé que hay grandes diferencias genéticas entre los consumidores de la mantequilla de los bárbaros del norte y el elixir mediterráneo del aceite de oliva; también entre los grandes bebedores de cerveza o vino; y, por supuesto, entre los fumadores de tabaco o los que prefieren hachís. Esos hábitos, a lo largo de generaciones, deben favorecer una pigmentación diferente y el NYT no tiene idea de cómo catalogarnos, lo cual me provoca tanta risa como cierta vanidad.

Es cierto que España y Portugal poseen una cultura e historia que nos hace muy diferentes al vulgar caucásico del norte de Europa. En la Península Ibérica se ha dado un cocktail fabuloso y milenario entre íberos, celtas, fenicios, griegos, romanos, cartagineses, godos, judíos, moros y cristianos. Y luego descubrimos y conquistamos (para acabar siendo seducidos) el Nuevo Mundo, que se llama América por una de esas injusticias históricas tan bien aprovechadas por esos reyes del marketing que son los italianos, cuyo color de piel varía tanto como su cocina de Turín a Palermo e ignoro cómo será catalogado por el NYT.

Y en América portugueses y españoles nos mezclamos de lo lindo. Al principio los criollos (por ejemplo Simón Bolívar o la hermosa Josefina Bonaparte) eran descendientes de europeos nacidos en América (entre tanta belleza y sensualidad lo tenían difícil para mantener una pureza racial a lo largo de generaciones). El mestizo era hijo blanco e india. El mulato (término que deriva de “mula”), de blanco y negro. El zambo, de indio y negro. El tercerón, de mulato y blanco. El cuarterón, de tercerón y blanco, en tanto que tercerón y mulato daban la categoría de “tentenelaire” y el ayuntamiento de cuarterón y negro producía el “saltapatrás.”

Como me dijo un viejo librero sabrosón, mezcla de mil leches diferentes, en la Plaza de Armas de La Habana: “¡Lo mejor que hicieron los españoles han sido las mulatas!” Completamente de acuerdo, compay. Amo los cocktails.

Pero la prensa de Estados Unidos se hace un lío tremendo con tantos complejos raciales. Hace solo unos meses, Antonio Banderas fue descrito en la prensa norteamericana como “un actor de color candidato al Oscar.” El cachondeo que se montó en España fue sensacional. Con los nuevos cánones NYT le calificarían como “un actor de color no blanco.” Es todo un disparate de la muy estúpida corrección política, que gusta catalogar mientras ignora la historia.

Pero hoy en día el NYT (sus redactores deben ser translúcidos) reduce nuestra escala cromática a una generalización tan absurda que no quiere decir nada. Somos de un color acorde a nuestra cultura hispánica y ahí, por lo visto, cabe de todo menos el blanco. Así lo dicen: non whites. Igual piensan que Africa empieza en los Pirineos.

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