May 21, 2020
Source: Bigstock
Incredible as it may seem, the intellectual level of the Spanish political class has dropped as much as my alcoholic handicap. The latest mantra-braying of the spokesmen of power: Those who demonstrate against the incompetence of Pedro Sánchez’s socialist-communist government “are posh people who complain about not being able to play golf, an elitist sport.”
The growing protests over the disastrous management of the Spanish government burst in the form of a glamorous banging on pots and pans. It started in Madrid and has spread throughout Spain. But the government and some mercenary media only mention the protests of the Madrid “barrio de Salamanca,” a neighborhood that they describe as “rich and right-wing,” characteristics that, according to the creed of communist politicians, deprive them of the right to criticize power.
In their dreamed-of social brainwashing, they want the Iberian class struggle to return. Something so dangerous was easy to foresee with Sánchez’s government partners, since they are admirers of the new Venezuelan policy and consider the tracksuit more elegant than a tuxedo. (In the midst of such gossip, even Simón Bolívar would have been incensed by their grotesque aesthetics.)
But to despise thousands of protesters as if they were frustrated golfers is excessive, even for a communist with a dacha. (They preach like evangelical missionaries but live like Marxist gods, often in the same wealthy, right-wing neighborhoods they criticize.)
I must admit I split my sides laughing at the imbeciles who consider golf an elitist sport: Today golf is the greatest hobby of a proletariat that establishes its workers’ dictatorship in a green field instead of down a mine. Golf courses proliferate like churros and the doorkeepers already exchange Hello magazine for the memories of Jack Nicklaus. Even Che Guevara and Fidel Castro played golf in revolutionary Cuba!
Golf consists of dropping little balls into little holes with the help of instruments singularly adapted for that use. It is a frankly unnerving activity, but it raises passions among all kinds of people. There are undoubtedly snobbish golfers, but those generally move by camel through the dunes of the Arabian Peninsula, where they have imported tons of Scottish sand for their bunkers. I don’t know the name of the Scotsman who sold sand to the Arabs, but he must be a genius.
I have played a bit of golf in green Ireland and in Madrid’s Puerta de Hierro club; in Tipperary, because it was the perfect excuse to rest from the sportive fights of boarding school; and in my club, because some sport was obligatory until I soon discovered that martinis and backgammon were much more fun.
The last time I went out to the course was in the company of my friend Arne Jessen. He is a great player and took the precaution of carrying a hundred balls so that I was not left out of the game too soon. He did very well, because I lost almost all of them shooting out of bounds (“Ah, those fences keep more secrets than the tantric temple of Khajuraho,” as I said to sexologist Shere Hite. She was having a drink with some friends and her Virgin Queen blue eyes sparkled), but my barefoot walk was pleasant and we had a victorious toast every time I managed to finish a hole. After the match we recovered with a few bottles of Rioja Imperial and callos a la madrileña. And over coffee there was backgammon, naturally, where the odds were more even and Arne, unlike when he plays golf, tends to lose more than his patience.
But going back to the New Marxist Spanish politicians, it is nonsense that they confuse elite pastimes with golf. They have learned nothing and forget everything when it suits them. It would do them good to read the brilliant elitist philosopher Ortega y Gasset, who wrote a very funny essay on the golf player’s dharma. But the dharma of the Iberian Marxist politician is to explain himself badly and always complain, even when they live very well. They are unable to accept any form of criticism and cannot give a straight answer when people speak out against them. It is clear that Marxist elites ignore democracy and know nothing of elitism, which has nothing to do with golf or with money. They are out of their depth in a materialistic world. A question of swing and a question of handicap.
(The article in its original Spanish immediately follows.)
Golf, Dharma, y Handicap Marxista
Sé que parece increíble, pero el nivel intelectual de la clase política española ha bajado tanto como mi hándicap alcohólico. El último mantra-rebuzno de los portavoces del poder: Los que se manifiestan contra la incompetencia del Gobierno socialista-comunista de Pedro Sánchez “son pijos que se quejan por no poder jugar al golf, un deporte elitista.”
Las crecientes protestas por la nefasta gestión del gobierno español adoptan la forma de una glamurosa cacerolada. Han despegado en Madrid y se extienden por toda España. Pero el Gobierno y algunos medios de comunicación mercenarios solo hacen mención a las manifestaciones del madrileño barrio de Salamanca. Un barrio que califican de “rico y de derechas,” características que, según el credo de los políticos comunistas, les quita derecho para criticar al poder.
En su soñado lavado de cerebro social, pretenden que regrese la lucha de clases ibéricas. Algo tan peligroso como fácil de prever con los socios de gobierno de Sánchez, pues son admiradores de la nueva política venezolana y consideran más elegante el chándal que un smoking. (En medio de tal bochinche, hasta Simón Bolívar se escandalizaría de su grotesca estética.)
Pero eso de despreciar a miles de manifestantes como si fueran golfistas frustrados resulta excesivo, incluso para los golfos comunistas de dacha y chacha. (Predican como misioneros evangelistas pero viven como dioses marxistas, a menudo en el mismo barrio rico y de derechas que critican.)
Y debo confesar que me troncho con los gaznápiros que se refieren al golf como un deporte elitista: Hoy en día el golf es el mayor hobby de un proletariado que establece su dictadura obrera al compás del soy minero en un campo verde. Los campos de golf proliferan como churros y las porteras ya intercambian la revista Hola por las memorias de Jack Nicklaus. ¡Hasta el Che Guevara y Fidel Castro jugaban al golf en la Cuba revolucionaria!
El golf consiste en introducir unas pelotitas por unos agujeritos con unos instrumentos singularmente mal adaptados para ese uso. Es una actividad francamente enervante, pero levanta pasiones entre todo tipo de gentes. Sin duda hay golfistas esnobs, pero esos se mueven generalmente a camello por las dunas de la Península Arábiga, donde han llegado a importar toneladas de arena escocesa para sus bunkers. Ignoro el nombre del escocés que vendió arena a los árabes, pero debe ser un genio.
Yo al golf he jugado algo en la verde Irlanda y en el madrileño club Puerta de Hierro. En Tipperary, porque era la excusa perfecta para descansar de las deportivas peleas del internado junto a una petaca de Bushmills y alguna moza pecosa; y en mi club, por eso de que algún deporte había que hacer hasta que descubrí que los Martinis y el backgammon son mucho más divertidos.
La última vez que salí al campo fue en compañía de mi amigo Arne Jessen. Él es un gran jugador y tuvo la precaución de llevar cien bolas para que no me quedara fuera de juego. Hizo muy bien, pues perdí casi todas por unos setos que guardan más secretos amatorios que el templo tántrico de Khajuraho—eso le dije a la famosa sexóloga Shere Hite, y sus ojos azules de Reina Virgen refulgieron—, pero fue agradable el paseo descalzo y el brindis victorioso cada vez que lograba finalizar un hoyo. Después nos recuperamos con unas cuantas botellas de Imperial y unos callos a la madrileña. Y de sobremesa hubo naturalmente backgammon, donde estábamos más igualados y Arne, al contrario que en el golf, podía perder algo más que la paciencia.
Pero volviendo a los políticos new-marxistas españoles, es un sinsentido que confundan élite con golf. No han aprendido nada y olvidan todo lo que les conviene. Les vendría bien leer al genial filósofo elitista Ortega y Gasset, que además escribió un ensayo muy divertido sobre el dharma del jugador de golf. Pero el dharma del político marxista es explicarse mal y quejarse siempre –incluso cuando vive muy bien—, no aceptar las críticas y decir gilipolleces cuando la gente se manifiesta en su contra. Está claro que el elitismo marxista no sabe ser demócrata. Tampoco sabe que la élite no tiene por qué estar ligada al golf o al dinero. Andan muy perdidos por el mundo materialista. Cuestión de swing y cuestión de hándicap.