February 20, 2020
Source: Bigstock
What a strange mania it is, being recorded while having sex, but today it is fashionable like stupid selfies or subnormal tweets. If the recording is done in a consensual way by the participating adults, there is nothing illegal and it enters the field of more or less absurd personal fantasies and the excitement of the voyeur.
But that a politician lends himself to it demonstrates great imprudence. Especially if he is married, is an electoral candidate, boasts family values, and behaves more ardently in the beds of others than in his own house. And that’s why Macron’s candidate has resigned from the erections, sorry, I mean elections, to be mayor of sensual Paris. But what was the need for Benjamin Griveaux to record himself in sexual otium and send the videos to his lovers?
In the Latin world in general and the French one in particular, adultery, carried discreetly, is not condemned as much as in the Anglo-Saxon orbit. The bland president Hollande experienced his greatest popularity boom when it was learned that he was buying croissants to have breakfast with an actress. Berlusconi recalled the lubricious diplomacy of the Borgias in his bunga-bunga mansion and only international rating agencies, not the polls, could expel him from power.
Not anymore in Europe do we reach the charming and frivolous extremes of the Vienna Congress, when Talleyrand and Metternich communicated state secrets through their lovers, Lady Castlereagh adorned her hair with the Order of the Garter, Tsar Alexander lost his head for Princess Bagration, and even the king of Denmark, to catch up, took an Austrian beauty who went crazy and had to be removed when she believed herself to be the queen. The very mundane prince of Ligne declared that the Congress of Vienna does not advance but dances (“Le congrès ne marche pas, il danse”).
The current policy is undoubtedly more boring because of the poor personalities of its modern actors, who do not know how to dance. But sexual intercourse doesn’t mean social introduction!
After the resignation of Griveaux, a feeling explodes against the Americanization of its policy in France. “We are not Puritans like the Yankees! Nobody here resigns for adultery!” shout the Gauls, who, like the rest of the world, are very tired of political correctness. There are conspiracy theories: Some claim that it is the revenge of the yellow vests; others blame Putin’s Russia. “They want to destabilize France and favor extremist movements!”
Although it is true that there is a Russian behind this scandal. But he is a political refugee in France. The activist Piotr Pavlenski, a quirky character with a lot of Russian madness in his veins who says he fights corruption and the hypocrisy of the elites on the Pornopolitique website. Pavlenski has under his influence the lovers of Griveaux (reminiscent of the red sparrows from the KGB?), and all are accused of spreading the sexual videos that have terminated the career of the candidate.
It is revealing that most political forces, friends and enemies, have declared that this is no way to end a career and are against the resignation. But Griveaux himself knows well that the leaked videos—and those that have been threatened to be released—are unbearably ridiculous for his image as mayor, no matter how sensual Paris is.
I don’t know if Griveaux has read the libertine Choderlos de Laclos. The naive politician has been betrayed in a new version of Dangerous Liaisons, with videos instead of letters.
But why would the candidate want to send those sexual videos? Maybe he changed the Descartes dictum “Cogito, ergo sum” (“I think, therefore I am”) to the very vital “Coito, ergo sum (“I fuck, therefore I am”).
In any case, an imbecile.
(The article in its original Spanish immediately follows.)
Las Amistades Peligrosas
Es una extraña manía esa de grabarse manteniendo relaciones sexuales, pero está tan de moda como los estúpidos selfies y los tuits subnormales. Si la grabación se hace de manera consentida por los adultos participantes nada hay de ilegal, entra dentro del terreno de las fantasías personales más o menos absurdas y la excitación del voyeur.
Pero que un político se preste a ello demuestra una gran imprudencia. Especialmente si está casado, es candidato electoral, presume de valores familiares y se comporta con más ardor en una cama ajena que en su propia casa. Y por eso ha dimitido el candidato de Macron a la sensual alcaldía de París. ¿Qué necesidad tenía Benjamin Griveux de grabarse y encima enviar los videos a sus amantes?
En el mundo latino en general y el francés en particular el adulterio, llevado discretamente, no se condena tanto como en la órbita anglosajona. El anodino presidente Hollande vivió su mayor auge de popularidad cuando se supo que compraba croissants para desayunar a una actriz. Berlusconi rememoró la diplomacia sensual de los Borgia en sus fiestas bunga-bunga y solo pudieron expulsarlo del poder las agencias internacionales de rating, que no las urnas.
Y eso que actualmente en Europa no llegamos a los encantadores y frívolos extremos del Congreso de Viena, cuando Talleyrand y Metternich se comunicaban secretos de Estado por medio de sus amantes, Lady Castlereagh se adornaba el cabello con la Orden de la Jarretera de su marido, el zar Alejandro bebía los vientos por la princesa Bagration, y hasta el rey de Dinamarca, para ponerse a tono, se lió con una guapa obrera austriaca que se volvió loca al creerse la reina. Por algo el mundano príncipe de Ligne sentenció que el Congreso de Viena no avanza sino que danza (“Le congrès ne marche pas, il danse”).
La política actual es indudablemente más aburrida por la poca personalidad de sus actores, que no saben danzar. Pero no por eso hay que creer que el intercambio sexual conlleva introducción social.
Tras la dimisión de Griveaux, en Francia estalla un sentimiento contra la americanización de su política. “¡No somos puritanos como los yanquis! ¡Aquí nadie dimite por adulterio!” gritan los galos, que, como el resto del mundo, están muy hartos de la corrección política. Hay teorías conspirativas: Algunos afirman que es una venganza de los chalecos amarillos; otros echan la culpa a la Rusia de Putin. “¡Quieren desestabilizar Francia y favorecer los movimientos extremistas!”
Aunque es cierto que en este escándalo hay un ruso detrás. Pero es un refugiado político en Francia. El activista Piotr Pavlenski, un estrafalario personaje con mucha locura rusa por sus venas, que dice luchar contra la corrupción y la hipocresía de las élites desde la web Pornopolitique. Pavlenski tiene bajo su influencia a las amantes de Griveaux (¿reminiscencias de los gorriones rojos del KGB?) y están acusados de difundir los videos sexuales que han acabado con la carrera del candidato.
Es revelador que la mayoría de fuerzas políticas, amigas y enemigas, han declarado que esta no es forma de acabar una carrera y estaban en contra de la dimisión. Pero el propio Griveaux sabe bien que los videos filtrados—y los que amenazan por salir—suponen un ridículo insoportable para su imagen de alcalde, por muy sensual que sea París.
Ignoro si Griveaux ha leído al libertino Choderlos de Laclos. El ingenuo político se ha visto traicionado en una nueva versión de Las Amistades Peligrosas, pero con videos en lugar de cartas.
Ahora bien, sigo sin entender por qué un político querría mandar unos videos semejantes. Tal vez haya confundido el planteamiento cartesiano cogito, ergo sum (Pienso, luego existo), con el más vital coito, ergo sum: Follo, luego existo.
En cualquier caso, un pichón.