November 25, 2019
Source: Bigstock
Can a region proclaim its independence when it does not have a majority in favor? It is a perverse game based on lies and illusions, which destroys a society and has serious consequences. Sweet Catalonia is the most bourgeois autonomy of Spain. Also the one that, due to romanticism, has had the greatest anarchist force (in the Civil War they were killed by the communists). And, for decades, it has been one of the foci of Europe, where the most active are the anti-system groups.
The current schizophrenic situation is mainly the responsibility of some very corrupt nationalist politicians, who grotesquely defend the supremacy of the very mixed Catalan people. It is shocking to see how not a few of their acolytes descend from Andalusians or Extremadura who went in search of work (they were disparagingly called charnegos), but it makes sense when we realize that—historically in Spain—nothing surpasses the fanaticism of the convert.
The protests invade the streets, encouraged by the politicians who rule in their parliament (it comes from parlar Catalan, but takes too much time to sow hatred). For what they themselves recognize without shame, they need more pressure for their purposes and encourage CDR (Defense Committee of the Republic) violence, although Catalonia is consumed in a warlike climate.
At the moment the effects are that in Barcelona the tourists of barricade already abound, ready to take a selfie next to some burned containers, trying to assault an airport, or running after a police load. The effect being radical groups have gathered from all over Europe. Even the Russians have come! Justice investigates the performance of a destabilizing cell of the GRU.
In such a tidal wave of demonstrations, highways shutdown, injuries, sabotage, and growing terrorism (a CDR group that manufactured explosives and planned to storm the parliament has been arrested), the money flees. Companies and investments, congresses and cruises, go to other Spanish regions.
The worst is the social fracture: There are broken families who do not speak because of some vulgar politicians who proclaim a very Iberian Cainism. More than a pulse between Catalonia and the rest of Spain, it is a disturbing struggle between Catalans who feel Spanish and Catalans who want to be independent.
The latest survey shows that support for independence—which has never had a majority—has declined significantly. And more and more Catalans come out saying to their countrymen: “If you want to separate from Spain, I prefer to separate from you.” It is the idea of Tabarnia, made with a sense of humor in the midst of the absurd, by the Catalan artist Albert Boadella.
Responsibility also affects the different governments of Spain (popular or socialist). With the terrible myopia of the mini-statesman who thinks only of four years and does not care about the next generation, they prefer to agree with insatiable nationalism rather than form a coalition. (Though it seems incredible, such nonsense is about to be repeated after the last general election.)
The result has been the transfer of competencies such as Education and the rise of a tribalism as paline as it is cocky, which has little to do with the universal Catalan culture and the formidable history of a maritime and merchant people. Thus we have come to the absurdity that in Spanish public schools you cannot study in Spanish. (Such fashion has also reached the Balearic Islands and Valencia, where, although the separatists are not in charge, stupidity is shown to be highly contagious.) It clashes head-on with the educational policy of countries like Italy and France, where they also have the fortune of speaking numerous languages, but no one can think of banning Italian or French in schools. Spain is different.
Barcelona is one of my favorite cities. My formidable grandmother, Lucia Maristany, monarchist and proud of her Catalan, Basque, Mallorcan, and Galician blood, was born there. Barcelona is beautiful and troubadour, sensual and cosmopolitan. I walk with pleasure in its streets and have great drinks in dipsomaniac oases like Boadas and Dry Martini, where one can chat about everything without insulting those who don’t think like you. Sometimes I run into a separatist. He complains that the Spaniards do not let them vote for a referendum, that we are like a marriage where, after five centuries of union, they have the right to separate; that they do not accept the King of Spain—his brave intervention stopped the coup d’état—even if he is also Count of Barcelona.
“And what would happen to the part that wants to remain Spanish,” I ask, “would you let them be independent of you?” Some of the more tolerant say of course, but others consider it a sacrilege. And then they abound over the annexation of other territories that they consider theirs.
There is plenty of passion and lack of good sense, that famous seny as Catalan as la rauxa.
(To read this article in its original Spanish, see below.)
La Pasión Catalana
¿Puede una región proclamar su independencia cuando no cuenta con una mayoría a favor? Es un juego perverso a base de mentiras e ilusiones, que rompe una sociedad y tiene graves consecuencias. La dulce Cataluña es la autonomía más burguesa de España. También la que, por romanticismo, ha tenido mayor fuerza anarquista (en la Guerra Civil fueron asesinados por los comunistas). Y, desde hace décadas, es uno de los focos de Europa donde más activos son los grupos antisistema.
La esquizofrénica situación actual es principal responsabilidad de unos muy corruptos políticos nacionalistas, que grotescamente defienden la supremacía del muy mezclado pueblo catalán. Resulta chocante comprobar cómo no pocos de sus acólitos descienden de andaluces o extremeños que fueron en busca de trabajo (despectivamente les llamaban charnegos), pero toma sentido cuando nos damos cuenta de que—históricamente en España—nada supera el fanatismo del converso.
Las protestas invaden la calle, animadas por los políticos que mandan en su parlamento (viene del catalán parlar, pero ocupa demasiado tiempo en sembrar odio). Por lo que ellos mismos reconocen sin vergüenza, necesitan más presión para sus fines y alientan a la violencia CDR (Comité de Defensa de la República), aunque Cataluña se consuma en un clima bélico.
De momento los efectos son que en Barcelona ya abundan los turistas de barricada, dispuestos a hacerse un selfie al lado de unos contenedores incendiados, tratando de asaltar un aeropuerto o corriendo tras una carga policial. Ha habido un efecto llamada de grupos radicales de toda Europa. ¡Incluso han venido los rusos!, y la Justicia investiga la actuación de una célula desestabilizadora del GRU.
En tal maremágnum de manifestaciones, autopistas cortadas, heridos, sabotaje y creciente terrorismo (se ha detenido a un grupo CDR que fabricaba explosivos y proyectaba asaltar el parlamento), el dinero huye. Empresas e inversiones, congresos y cruceros, se marchan a otras regiones españolas.
Lo peor es la fractura social: hay familias rotas, que no se hablan por culpa de unos vulgares políticos que pregonan un cainismo muy ibérico. Más que un pulso entre Cataluña y el resto de España, es una lucha inquietante entre catalanes que se sienten españoles y catalanes que desean ser independientes.
La última encuesta muestra que el apoyo a la independencia—que jamás ha contado con una mayoría—ha disminuido considerablemente. Y cada vez salen más catalanes que dicen a sus paisanos: “Si tú quieres separarte de España, yo prefiero separarme de ti.” Es la idea de Tabarnia, fabricada con sentido del humor en medio del absurdo, por el artista catalán Albert Boadella.
La responsabilidad también afecta a los diferentes gobiernos de España (populares o socialistas). Con la terrible miopía del mini-estadista que solo piensa a cuatro años y le da igual la siguiente generación, prefirieron pactar con el insaciable nacionalismo antes que formar una gran coalición. (Aunque parezca increíble, tal disparate está a punto de repetirse tras las últimas elecciones generales.)
El resultado ha sido la cesión de competencias como la Educación y el auge de un tribalismo tan paleto como engreído, que poco tiene que ver con la universal cultura catalana y la formidable historia de un pueblo marinero y comerciante. Así hemos llegado al absurdo de que en los colegios públicos de Cataluña no se puede estudiar en español. (Tal moda ha llegado también a las Islas Baleares y Valencia, donde, aunque no manden los separatistas, se demuestra que la estupidez es altamente contagiosa.) Choca frontalmente con la política educativa de países como Italia y Francia, donde también tienen la riqueza de hablar numerosas lenguas, pero a nadie se le ocurre prohibir el italiano o el francés en la enseñanza. Spain is different.
Barcelona es una de mis ciudades favoritas. Aquí nació mi formidable abuela Lucía Maristany, monárquica y orgullosa de su sangre catalana, vasca, mallorquina y gallega. La Ciudad Condal es hermosa y trovadora, sensual y cosmopolita. Camino con placer sus calles y tomo estupendas copas en oasis dipsómanos como Boadas y Dry Martini, donde uno puede charlar de todo sin necesidad de insultar a quien no piensa como tú. A veces me topo con algún separatista. Se queja que los españoles no les dejamos votar un referéndum, que somos como un matrimonio donde, tras cinco siglos de unión, tienen derecho a separarse; que no aceptan al Rey de España—su brava intervención paró el golpe de Estado—, aunque también sea Conde de Barcelona.
“¿Y qué pasaría con la parte que quiere seguir siendo española—pregunto—, los dejaríais ser independientes de vosotros?”. Algunos tolerantes dicen que por supuesto, pero otros lo consideran como un sacrilegio. Y luego abundan sobre la anexión de otros territorios que consideran suyos.
Sobra pasión y falta buen sentido, ese famoso seny tan catalán como la rauxa.